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La Señora del Cinco
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La Señora del Cinco
Saludos perturbadores, hoy quiero compartir esta historia que desde el primer momento en que oí de ella me cautivó, además representa una muestra del afecto que le tengo a México. Espero que también sea de su agrado:
"Hace muchos años, cuando la ciudad de Mexicali no era tan grande y todos se conocían entre si, vivió en el centro una señora que trataba muy mal a sus dos hijos; se la pasaba gritándoles y siempre los tenía encerrados. Con el paso de los años los niños crecieron, se volvieron hombres y formaron su propia familia. Así, la mujer se quedó sola y entonces su conciencia empezó a molestarle; a veces es necesario perder algo para realmente valorarlo, a esta mujer le dieron remordimientos por la forma en que trató a sus hijos en el pasado, y ahora que la soledad la carcomía, se daba cuenta de cuanta falta le hacían y los errores que cometió en su juventud. No podía encontrar la paz con ella misma asi fue que una tarde decidió visitar al sacerdote.
—Padrecito, vengo a confesarme, tengo que contarle todo el daño que he hecho.- le confesó lo que hizo y el sacerdote la escuchó con atención y luego dijo con seriedad:
—Hija mía, tus pecados son muchos, ¿Cómo es posible que hayas tratado así a tus propios hijos? Ellos son tan solo criaturas indefensas. Para salvar tu alma, tienes que realizar un viaje a la ciudad de Roma lo antes posible, ya que sólo ahí te darán el perdón que necesitas.
—Pero es que soy muy pobre, estoy sola y no tengo a nadie que me ayude — replicó la señora.
—Hija mía, tus pecados son muchos, ¿Cómo es posible que hayas tratado así a tus hijos? Para salvar tu alma, tienes que realizar un viaje a la ciudad del Vaticano en Roma lo antes posible, ya que sólo ahí te darán el perdón que necesitas.
—Pero es que soy muy pobre, estoy sola y no tengo a nadie que me ayude —dijo la señora.
—Si ese es el caso —dijo el sacerdote— para reunir el dinero del viaje tendrás que pedir limosna, pero sólo recibirás monedas de cinco centavos; cuando te den monedas con otro valor las devolverás.
La señora asintió y salió de la iglesia resignada a hacer lo que el padre le había dicho, esa era la única forma de salvar su alma. De inmediato puso a pedir limosna.
—Señor, ¿no me regala un cinco?
—No traigo, pero aquí tiene veinte centavos —le ofreció un señor.
—Gracias, pero yo sólo quiero un cinco —contestó y devolvió la moneda.
—¡Ya, limosnera y con garrote! —le dijo el señor muy ofendido.
Pasado un tiempo, la gente comenzó a llamarla la señora del cinco; siempre se le vio afuera de la iglesia en actitud humilde y, decidida a llevar a cabo su promesa, no le importaba la lluvia o el calor intenso. Tantos meses de esfuerzo quebrantaron su salud, así que poco antes de completar el dinero para realizar su viaje, enfermó gravemente y murió.
Una noche de tantas, los perros comenzaron a ladrar sin razón, un viento helado se coló por puertas y ventanas, y una vieja vestida de negro con velo en la cabeza empezó a recorrer las calles solitarias.
—Señor, ¿no me regala un cinco? —pedía aquella mujer.
—No traigo señora, pero tenga diez centavos.
En el momento el viento arrebató el velo a la señora y en lugar de su cara estaba la de una calavera. Del susto, el joven pegó una carrera que no paró hasta llegar a su casa. La noticia de que la señora del cinco se estaba apareciendo corrió como reguero de pólvora, por lo que la gente se dio a la costumbre de cargar sus cincos en la bolsa por si se topaban a esa atormentada alma pidiendo limosna en su camino"
"Hace muchos años, cuando la ciudad de Mexicali no era tan grande y todos se conocían entre si, vivió en el centro una señora que trataba muy mal a sus dos hijos; se la pasaba gritándoles y siempre los tenía encerrados. Con el paso de los años los niños crecieron, se volvieron hombres y formaron su propia familia. Así, la mujer se quedó sola y entonces su conciencia empezó a molestarle; a veces es necesario perder algo para realmente valorarlo, a esta mujer le dieron remordimientos por la forma en que trató a sus hijos en el pasado, y ahora que la soledad la carcomía, se daba cuenta de cuanta falta le hacían y los errores que cometió en su juventud. No podía encontrar la paz con ella misma asi fue que una tarde decidió visitar al sacerdote.
—Padrecito, vengo a confesarme, tengo que contarle todo el daño que he hecho.- le confesó lo que hizo y el sacerdote la escuchó con atención y luego dijo con seriedad:
—Hija mía, tus pecados son muchos, ¿Cómo es posible que hayas tratado así a tus propios hijos? Ellos son tan solo criaturas indefensas. Para salvar tu alma, tienes que realizar un viaje a la ciudad de Roma lo antes posible, ya que sólo ahí te darán el perdón que necesitas.
—Pero es que soy muy pobre, estoy sola y no tengo a nadie que me ayude — replicó la señora.
—Hija mía, tus pecados son muchos, ¿Cómo es posible que hayas tratado así a tus hijos? Para salvar tu alma, tienes que realizar un viaje a la ciudad del Vaticano en Roma lo antes posible, ya que sólo ahí te darán el perdón que necesitas.
—Pero es que soy muy pobre, estoy sola y no tengo a nadie que me ayude —dijo la señora.
—Si ese es el caso —dijo el sacerdote— para reunir el dinero del viaje tendrás que pedir limosna, pero sólo recibirás monedas de cinco centavos; cuando te den monedas con otro valor las devolverás.
La señora asintió y salió de la iglesia resignada a hacer lo que el padre le había dicho, esa era la única forma de salvar su alma. De inmediato puso a pedir limosna.
—Señor, ¿no me regala un cinco?
—No traigo, pero aquí tiene veinte centavos —le ofreció un señor.
—Gracias, pero yo sólo quiero un cinco —contestó y devolvió la moneda.
—¡Ya, limosnera y con garrote! —le dijo el señor muy ofendido.
Pasado un tiempo, la gente comenzó a llamarla la señora del cinco; siempre se le vio afuera de la iglesia en actitud humilde y, decidida a llevar a cabo su promesa, no le importaba la lluvia o el calor intenso. Tantos meses de esfuerzo quebrantaron su salud, así que poco antes de completar el dinero para realizar su viaje, enfermó gravemente y murió.
Una noche de tantas, los perros comenzaron a ladrar sin razón, un viento helado se coló por puertas y ventanas, y una vieja vestida de negro con velo en la cabeza empezó a recorrer las calles solitarias.
—Señor, ¿no me regala un cinco? —pedía aquella mujer.
—No traigo señora, pero tenga diez centavos.
En el momento el viento arrebató el velo a la señora y en lugar de su cara estaba la de una calavera. Del susto, el joven pegó una carrera que no paró hasta llegar a su casa. La noticia de que la señora del cinco se estaba apareciendo corrió como reguero de pólvora, por lo que la gente se dio a la costumbre de cargar sus cincos en la bolsa por si se topaban a esa atormentada alma pidiendo limosna en su camino"
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