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    Petiso Orejudo

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    Petiso Orejudo Empty Petiso Orejudo

    Mensaje por Sr Barbosa Lun Mar 18, 2024 4:54 pm

    Cayetano Santos Godino es recordado como uno de los mayores asesinos en serie de Argentina, su vida criminal inició a sus tan solo 7 años. Tuvo una infancia marcada por la violencia. sin afecto, no encontró otra manera de gritar sus propias desgracias que desquitar ese dolor en quienes si podía vencer: otros niños indefensos. Disfrutaba quitándole la vida a otros nenes que consideraba “tontos”, y posteriormente recordar el momento en que mataba le resultaba excitante.

    Esta es la historia del Petiso Orejudo



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    Cayetano fue uno de los ocho hijos de Fiore Godino y Lucía Ruffo, un matrimonio de calabreses, oriundos de Cosenza, que desembarcaron en Argentina en 1884 en busca de una nueva vida y, al igual que cientos de familias, fueron parte de los conventillos que se alzaban en los inminentes barrios de la capital Argentina. Fue hijo de un padre alcohólico, con sífilis y golpeador, durante su infancia, Cayetano pasaba tiempo masacrando animales y solía descargar la furia de haber sido golpeado contra aves, gatos y perros que se cruzaba. No tardó en buscar otras víctimas e inicial su lamentable carrera criminal.

    El 28 septiembre 1904, con apenas 7 años, Cayetano llevó a la fuerza a Miguel de Paoli, un niño que no llegaba a los 2 años, hasta un terreno baldío de la zona. Allí lo golpeó y lo tiró arriba de un montículo de espinas que le provocaron graves heridas. Se detuvo cuando el paso de un policía, que casualmente pasó por el lugar, vio la confusa situación y los llevó a los dos a la comisaría. A los pocos meses (no se sabe cómo) volvió a llevar a otra niña de 18 meses hasta otro baldío y le dejó caer con todas sus  fuerzas una piedra sobre la cabeza. Fue nuevamente un agente de la policía quien impidió la masacre. Por segunda vez, y con sólo 7 años, ingresó a una comisaría, donde se lo pretendía al menos asustarlo porque dado a su corta edad no se podía reprenderlo de otra forma.

    Hasta ese momento las casualidades habían evitado un desenlace mayor, debido a la corta edad de Cayetano y a su poca fuerza producto de múltiples enfermedades en sus primeros años de vida, no había podido concretar ninguno de sus intentos de homicidio, pero su primer asesinato llegaría poco después. María Rosa Faze, de 3 años, fue su primera víctima. La muerte de la niña pasó desapercibida hasta que él mismo confesó como lo hizo, seis años más tarde: la enterró viva en una zanja que cubrió con latas.

    La situación siguió escalando y fue su propio padre que lo entregó a la justicia cuando encontró dentro de un zapato de su hijo un pájaro muerto, para luego descubrir que debajo de la cama escondía una caja con los cuerpos decapitados de otras aves, guardados como trofeos. Hasta ese momento el pequeño Cayetano aún despertaba dudas sobre su instinto asesino, se trataba de un niño debilucho de contextura pequeña, su aspecto no coincidía para nada con su accionar. A tal punto que el psiquiatra forense José Cabrera se refirió a él como: “Podría ser un monaguillo porque su cara tiene mirada nostálgica, sus orejas son llamativas, pero no aparenta una violencia particular. Sin embargo, es microcéfalo, con cerebro patológicamente pequeño y probablemente con lesiones graves que hace que casi no tenga corteza cerebral y de ahí esa agresividad tan extrema”

    Tras la denuncia de su padre pasó tres años en el Correccional de Menores. Salió con 12 años, con el apodo "Petiso Orejudo", que lo hizo pasar a la historia y más ansias criminales que nunca.


    Al volver a las calles, el Petiso Orejudo, ingresó a trabajar en una fábrica, pero duró apenas tres meses. El 17 de enero 1912 irrumpió en la misma para desatar una nueva pasión: los incendios. La época posterior a su paso por la correccional fue aún más cruel y sanguinaria que la anterior. Los meses posteriores a su primer incendio cometió 3 asesinatos más, un intento y mató a una yegua a puñaladas.

    El 25 enero 1912, los padres de Arturo Laurora, de 3 años, denunciaron la desaparición del niño. Al día siguiente, su cuerpo fue encontrado sin en una casa abandonada, el petiso confesó su crimen, lo mató por asfixia con un trozo de cuerda luego de golpearlo brutalmente. El 7 de marzo del mismo año mató a una niña, Reina Bonita Vainicoff, de 5 años tras quemarla viva. Ese mismo año también mató a una yegua a puñaladas y causó dos incendios más que fueron controlados sin lamentar ninguna perdida humana.

    Finalmente engañó a Roberto Russo de 2 años con la promesa de darle caramelos, lo obligó a acompañarlo hasta un terreno donde plantaban alfalfa, lo tiró al piso y le ató los pies con una cuerda para luego estrangularlo. En mitad del acto fue descubierto por un trabajador que lo llevó ante las autoridades. El petiso era hábil para dar excusas, por lo que inventó que había encontrado al chico así y que solo lo estaba ayudando. Increíblemente su mentira funcionó y fue liberado por falta de mérito. Pero a los pocos días desilusionado por no haber logrado su cometido en Gerardo Giordano, de 3 años. Su tercer asesinato ese mismo año.

    Su aspecto infantil y bonachón le permitía ganarse la confianza de los niños.



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    Estatua del Petiso Orejudo en la cárcel del fin del mundo (Ushuaia)


    Fue este último crimen (posiblemente el más conocido de se trayectoria criminal) el que le valió una estadía de por vida en la cárcel del fin del mundo, ubicada en la provincia argentina más al sur del continente. Nuevamente usó su táctica de "ir a comprar caramelos" pero en realidad tenía planes de llevar a su víctima a una hacienda cercana, ante esto, el niño temeroso se resistió, lo que lo enfureció aún más. lo entró a la fuerza, lo arrinconó al costado de un horno de ladrillo y lo dejó inmóvil colocándole la rodilla sobre el pecho. Se quitó el piolín con el que sostenía sus pantalones, le dio trece vueltas alrededor del cuello, y comenzó a estrangularlo.  

    De forma impensada para su corta edad, el pequeño luchó por su vida con todas sus fuerzas, por lo que su captor no logró su cometido. Entonces con una cuerda lo ató de pies y manos y salió a buscar algún elemento con el cual pudiera golpearlo y terminar de una vez con su cometido, pero se topó con el padre del chico. El hombre estaba en búsqueda de su hijo al darse cuenta que había desaparecido, el petiso le dijo que no lo había visto y hasta le aconsejó que se dirigiera urgente a la comisaria más cercana para efectuar la denuncia. Nuevamente su aspecto infantil y algo torpe le jugó a su favor y el hombre se fue.

    El petiso entonces encontró un clavo de 4 pulgadas, usó un adoquín como martillo y enterró el clavo de hierro en la cabeza del niño agonizante, luego cubrió el cuerpo con una chapa y se fue a la casa de su hermana a comer y tomar mate. Esa misma noche, fue al velorio del niño y durante varios minutos se quedó observando el cuerpo y salió corriendo. Pero la policía ya había empezado a atar cabos, a las 4:30 de la mañana tras allanar su casa se lo llevaron detenido. No opuso resistencia y confesó sin más sus cuatro asesinatos, las numerosas tentativas y los incendios.

    En un principio la justicia lo declaró “penalmente irresponsable” y fue recluido en un hospital psiquiátrico donde atacó a dos pacientes (uno inválido postrado en una cama y el otro en silla de ruedas), y luego intentó huir. Tras esto fue trasladado al conocido "penal del fin del mundo" en Ushuaia, y los médicos decidieron operar sus orejas porque consideraban que ese era el origen de toda su maldad. Pero aún así, recluido en el fin del mundo no se acabó su instinto asesino.

    Cuentan que los demás presos habían adoptado a un gato que vivía entre ellos en la prisión a salvo de las gélidas temperaturas del exterior, a pesar de las inhóspitas condiciones, el animal era tratado con mucho cariño, representaba para los prisioneros un ápice de esperanza. Pero un día del año 1933 el petiso lo arrojó vivo a un horno encendido sin que nadie pudiera rescatarlo. Tras esto recibió tal golpiza que estuvo más de 20 días en la sala médica. Pero este no fue el último incidente, 10 años después volvió a matar a otro gato que sus compañeros habían adoptado luego de que matara al anterior.

    Cayetano murió el 15 noviembre de 1944 a sus 79 años, jamás mostró remordimiento por sus crímenes. Los policías del penal dijeron que falleció por los golpes que recibió cuando mató al segundo gato, paliza de la cual jamás se pudo recuperar debido a su avanzada edad y los problemas físicos que arrastraba desde antes.  Sin embargo sus huesos jamás fueron encontrados, incluso cuando el penal fue clausurado en 1947, no se encontraron rastros físicos del Petiso. Hay versiones que sostienen que sus compañeros de reclusión le rompieron cada uno de sus huesos y dejaron su cuerpo roto en un barril, y que luego lo arrojaron al mar.



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    Durante su estadía en el hospital psiquiátrico los médicos le realizaron una entrevista donde dijo lo siguiente:
    —¿Es usted un muchacho desgraciado o feliz?— le preguntaron los doctores

    —¡Feliz!

    —¿No siente usted remordimiento de conciencia por los hechos que ha cometido?

    —No entiendo lo que ustedes me preguntan

    —¿No sabe usted lo que es el remordimiento?

    —¡No, señor!—, aseguró.

    —¿Siente usted tristeza o pena por la muerte de los niños?

    —¡No, señor!

    —¿Piensa usted que tiene derecho a matar niños?

    —No soy el único, otros también lo hacen

    —¿Por qué mataba usted a los niños?

    —Porque me gusta.

    —¿Por qué producía incendios?

    —Porque me gustaba.

    —¿Con que objeto fue usted a la casa del niño Giordano el mismo día que lo mató?

    —Porque sentía deseos de ver al muerto.

    — ¿Con que objeto le tocó usted la cabeza al muerto?

    —Para ver si tenía el clavo.
     


    Una figura de yeso espera a quienes visitan la celda en la que Cayetano Santos Godino pasó sus últimos días.
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    Mensaje por Sr Barbosa Lun Mar 18, 2024 4:57 pm

    Acabo de ver un posteo de este mismo tema del año 2010, no me había percatado antes. De todos modos siempre es bueno tener más ángulos y más datos para analizar una historia.
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